Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional.
Publicado el 29 de abril del 2024.
La película de 2006 Hijos de los Hombres (Children of Men), basada en una novela del mismo nombre, imagina un mundo en el que toda la raza humana ha sufrido infertilidad durante más de dos décadas. El resultado es una civilización totalmente desprovista de bebés y niños, y en la que el ser humano más joven tiene más de veinte años. El estado de ánimo general de la raza humana, ante la perspectiva de extinción, es de inutilidad y desesperación. El resultado es que el mundo está desgarrado por la guerra y la violencia. Sin embargo, en medio de esta oscuridad surge un milagro: una mujer embarazada, la única mujer embarazada conocida en el mundo. De repente, hay una luz. Hay esperanza. Hay algo por lo que vale la pena vivir, algo por lo que vale la pena luchar.
Si bien la película es una fantasía distópica, a través de la exageración llama nuestra atención sobre el milagro, a menudo poco apreciado, de la llegada de una nueva vida humana, y el impacto que este evento tiene no sólo en la mujer que espera el hijo, sino en todos los que la rodean y en la sociedad en conjunto. Es instructivo observar a una nueva madre mientras carga a su bebé recién nacido. Si el bebé está en un cochecito en la calle, incluso completos extraños se detendrán y tomarán el dedo meñique del bebé en sus manos, le sonreirán y hablarán como un bebé. Es probable que una nueva madre caminando por el pasillo de la iglesia capte la atención embelesada de la mitad de la congregación, algunos de los cuales saludarán en voz baja al bebé, tratando de obtener una reacción.
Las personas mayores a veces sienten que se han vuelto diez años más jóvenes cuando se enteran por primera vez de que van a convertirse en abuelos. De repente, no es sólo el declive de la vejez lo que tienen que esperar, sino más bien el amor que pueden derramar sobre un nieto y una especie de revivir sus propios años de juventud y paternidad (¡pero sin toda la responsabilidad!).
Esa es la alegría que puede traer un bebé. Y esa es, al parecer, la alegría a la que toda nuestra civilización ha dado la espalda.