Padre Shenan J. Boquet
Presidente
Human Life International
Me esfuerzo mucho para no dejar que mis emociones se apoderen de mí, pero hay esas raras ocasiones en las que se levanta mi ira y no puedo contener mi indignación. Tal momento ocurrió hace unos días cuando un colega en Oceanía me compartió una historia que involucraba a una joven embarazada que es presionada agresivamente por el personal médico para abortar a su bebé inocente.
Los funcionarios de atención médica diagnosticaron al bebé no nacido con síndrome de Down, y con problemas cardíacos y renales, potencialmente mortales. No le presentaron a la madre, cuyas vidas algunas personas definirían como trágica, con opciones o alternativas a favor de la vida para su bebé. En cambio, le dijeron que la mejor recomendación, en realidad la única recomendación que podían darle, era abortar, matar a su bebé. Y basándome en la experiencia, puedo suponer que esta madre está escuchando ese canto familiar repetido cientos de veces a madres vulnerables de todo el mundo: “No querrías que tu bebé sufriera, ¿verdad? Si amas a tu bebé, esta es la mejor opción”.
Los partidarios del aborto quieren que aceptemos que el aborto es un acto de compasión que salva a las mujeres de la carga y el costo de criar a los hijos, especialmente en los “casos difíciles” [1]. Como en el caso anterior, si se declara que un niño, antes del nacimiento, padece una enfermedad o malformación grave, los partidarios del aborto afirmarán arbitrariamente que, si se permite que continúe el embarazo, el niño tendrá irremediablemente una “mala calidad de vida”- vivirá una vida que no valdrá la pena vivir. Se enfocan en la condición del niño, diciendo que la mejor y más efectiva manera de ayudar al niño es terminar con su vida. No se le debe imponer a la sociedad, dicen, la carga de un ser vivo cuyo mantenimiento es excesivo, costoso e inútil. Por tanto, recomiendan el aborto por “compasión”. Por supuesto, esto es falso.