Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional
Publicado el 8 de abril del 2024
Un hijo no es algo que se le debe a nadie, sino un regalo. El “don supremo del matrimonio” es la persona humana. Un niño no puede ser considerado una propiedad, idea a la que conduciría un supuesto “derecho a un niño”. En este ámbito, sólo el niño posee derechos genuinos: el derecho “a ser fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres” y “el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción”.
— Catecismo de la Iglesia Católica, Nro. 2378
Durante décadas, los activistas provida han advertido que las tecnologías de reproducción artificial son una pesadilla ética y producirán una serie de resultados pragmáticos negativos. Muchas de estas críticas tienen que ver con la forma en que estas tecnologías mercantilizan (y, en última instancia, destruyen) la vida humana. Bajo la lógica interna de la reproducción artificial, el niño ya no es visto como un regalo, sino como un producto que se puede comprar. Y si ese producto no cumple con los estándares deseados, o se considera “superfluo”, entonces puede ser destruido (como lo han sido muchos millones de niños concebidos mediante fertilización in vitro).
Sin embargo, existe una preocupación particular que está recibiendo un mayor escrutinio últimamente: debido a que algunos donantes de esperma son padres biológicos de docenas, o incluso cientos, de niños, es concebible que estos niños se conozcan sin saber que son hermanos. Y si se involucraran románticamente, entonces el resultado sería un incesto accidental.
Hasta hace poco, ésta era una preocupación puramente teórica (aunque urgente). Pero la reciente decisión de una mujer llamada Victoria Hill de hacer pública su historia ha puesto de relieve no sólo el hecho de que ha ocurrido un incesto accidental, sino que es muy probable que suceda muchas más veces (y probablemente ya haya sucedido).