La fe católica de la juez Barrett expone el fanatismo izquierdista

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Padre Shenan J. Boquet
Presidente
Human Life Internacional

Antonin Scalia fue uno de los jueces más brillantes, influyentes y fascinantes de la historia reciente de la Corte Suprema de EEUU. Scalia fue un católico fiel, padre de nueve hijos, uno de los cuales ahora se desempeña como sacerdote en la diócesis de Arlington. Scalia no solo era católico, sino que estaba dispuesto a expresar y defender su fe en público con una franqueza que a menudo tomaba a la gente por sorpresa.

En una famosa entrevista con la revista New York Magazine, la conversación se desvió hacia las creencias religiosas de Scalia. En un momento dado, cuando Scalia enfatizó que realmente creía todo lo que enseña la Iglesia, se inclinó y susurró: “Incluso creo en el diablo”. Cuando el entrevistador respondió con incredulidad, Scalia continuó:

Me estás mirando como si fuera raro. ¿Estás tan desconectado de la mayor parte de Estados Unidos, la mayoría de los cuales cree en el diablo? Quiero decir, ¡Jesucristo creyó en el diablo! ¡Está en los Evangelios! ¡Das vueltas y vueltas cada vez más lejos de la corriente principal de opinión en Estados Unidos que estás horrorizado de que alguien crea en el diablo! La mayor parte de la humanidad ha creído en el diablo, durante toda la historia. Muchas personas más inteligentes que tú o yo han creído en el diablo [1].

El mismo elitismo indiferente que hizo que el entrevistador mirara a Scalia como si tuviera dos cabezas, ahora está haciendo que los liberales miren a la antigua secretaria y discípula judicial de Scalia, la nominada a la Corte Suprema Amy Coney Barrett, con la misma perplejidad ofendida. Una perplejidad que, en muchos casos, se está transformando en rabia manifiesta: rabia porque alguien con sus creencias (como Scalia, ella es una fiel católica) debería hacer fila para acceder a un alto cargo público.

¿Quién es la juez Barrett?

Según todos los informes, Barret es una mujer notable. Incluso colegas que discrepan vehementemente de su cosmovisión han testificado que es brillante, compasiva y sensata. Cuando Barrett buscaba ser secretaria del juez Scalia, uno de sus profesores escribió una recomendación de una sola oración a Scalia: “Amy Coney es la mejor estudiante que he tenido”.

Barrett y su esposo tienen siete hijos, dos de ellos adoptados en Haití. La más joven tiene síndrome de Down. Su esposo también es un abogado consumado y, sin embargo, la pareja parece haber equilibrado sus difíciles responsabilidades y haber forjado una familia saludable y funcional. ¿Quién podría sentirse más que conmovido al ver a los muchos, diversos y maravillosamente bien portados niños de Barret en el estrado detrás del presidente Trump en el Rose Garden [frente a la Casa Blanca], después de que él la nominara oficialmente para la Corte Suprema?

Muchos en la izquierda, sin embargo, no apreciaron esta escena ni la elección de Barret por parte de Trump. En uno de los comentarios más repugnantes (y hay muchos para elegir), una periodista del Washington Post señaló que, aparentemente, Barrett descubrió que a su hija menor le diagnosticaron el síndrome de Down en el útero, pero decidió continuar con el embarazo. Ruth Marcus se lamentó: “Parece que ella negaría a otros la libertad de tomar una decisión diferente, como dos tercios dicen que lo harían” [2]. Luego, Marcus se vinculó a un artículo de opinión aún más repugnante del Washington Post titulado “Hubiera abortado a un feto con síndrome de Down”, en el que la autora escribe que, si sus dos hijos hubieran sido diagnosticados con el síndrome de Down, “habría terminado esos embarazos si estos hubieran dado positivo en las pruebas. Hubiera lamentado la pérdida y hubiera seguido adelante” [3].

Ataques a la fe católica de Barrett

Si bien algunos críticos sin escrúpulos se han obsesionado con la familia inusual de Barrett, la mayoría ha dirigido su atención a su fe. Artículo tras artículo ha intentado retratarla como una especie de fanática religiosa. La “evidencia” presentada en apoyo de esta afirmación en todos los casos no es más que evidencia de que Barrett es... bueno... católica. No como el “católico” Joe Biden, sino que ella verdaderamente cree y practica coherentemente lo que enseña la Iglesia Católica.

Gran parte de este tipo de comentario se ha centrado en su membresía en un grupo llamado People of Praise, un grupo carismático ecuménico (pero principalmente católico) que apoya las enseñanzas cristianas tradicionales sobre temas como el matrimonio, la familia y la sexualidad. Al igual que el entrevistador de la revista New York Magazine, los autores de estas “revelaciones” parecen estar asombrados de que alguien de la estatura profesional de Barrett realmente crea en Dios, se dedique a la oración y además asuma su responsabilidad moral y espiritual hacia otros cristianos u otras personas.

Entre las muchas afirmaciones absurdas que circulan, se encuentra una que dice que los miembros de People of Praise creen que las mujeres deberían estar servilmente subordinadas a sus maridos. Esta ridícula afirmación fue criticada en un artículo reciente del sitio web satírico cristiano The Babylon Bee, que escribió en su titular: “ACB [es decir, Amy Coney Barrett] en apuros saliendo de su oficina para preparar la cena para el esposo para que la deje salir y pueda derogar Roe V. Wade” [la sentencia del Tribunal Supremo de EEUU que en 1973 legalizó el aborto a petición en todo el país].

Cuando Barrett fue nominada a una corte federal de apelaciones hace varios años, la senadora Dianne Feinstein la interrogó sobre su fe católica. En un momento dado, Feinstein comentó (en una frase que desde entonces se ha vuelto merecidamente infame) “el dogma vive ruidosamente dentro de ti. Y eso es motivo de preocupación”.

En un artículo reciente de First Things titulado “Cuando el dogma vive ruidosamente”, el arzobispo Charles Chaput escribió: “El desdén hacia las vigorosas convicciones religiosas, especialmente las católicas, es un virus que está circulando”. No es que los católicos no sean bienvenidos en la vida pública, señala. Es solo que los católicos que realmente creen en lo que enseña la Iglesia no son bienvenidos en la vida pública.

“La hostilidad de hoy hacia quienes apoyan la enseñanza católica debería preocupar a todos los católicos practicantes y a todos los que valoran la Primera Enmienda”, agregó el arzobispo.

Si los ataques a las creencias son un estándar aceptable para impugnar a los candidatos judiciales hoy, mañana se utilizarán en el resto de nosotros que defendemos las enseñanzas de nuestra fe. Lo que ha estado sucediendo en las audiencias de confirmación del Senado y los debates públicos sobre los nominados judiciales es un presagio de futuros ataques contra la Iglesia misma y contra cualquier católico que se mantenga firme en sus convicciones morales y en su testimonio. Durante la última década, ya hemos visto a la Iglesia Católica, y a muchos de sus ministerios e instituciones, atacados específicamente en cuestiones doctrinales y morales.

Una visión falsa de la separación de la Iglesia y el Estado

La advertencia del arzobispo es profética... y urgente. Ante el creciente desprecio hacia las creencias religiosas en la cultura popular, en los medios de comunicación y en la política, es tentador para los creyentes seguir viviendo su fe religiosa de forma privada, manteniéndola en secreto cuando están en público. A menudo, esto se debe a un deseo de autoconservación, para evitar llamar la atención sobre nosotros mismos de una manera que provoque ataques o repercusiones profesionales y personales. Pero en otros casos, los católicos pueden incluso convencerse a sí mismos de que mantener su fe en privado es lo correcto ya que, después de todo, ¿no es algo bueno la separación entre la Iglesia y el Estado?

Pero esta forma de pensar se basa en un grave error. Ciertamente, sería incorrecto que un juez de la Corte Suprema (o cualquier otro político) recibiera órdenes de cualquier autoridad eclesiástica en particular (como el Papa). En ese sentido, la separación de la Iglesia y el Estado es algo bueno. Pero es incorrecto pensar que la separación de la Iglesia y el estado significa que no debemos influir con nuestras convicciones en la opinión pública.

De hecho, no hacerlo es absolutamente imposible. El resultado del mismo esfuerzo es nada menos que una autocontradicción. Cada persona tiene una cosmovisión, un conjunto de creencias que considera verdaderas y que influyen en la forma en que ve el mundo. Eso incluye tanto a los ateos seculares como a los católicos fieles. Si una persona cree que Dios no existe, que este mundo no es más que un accidente cósmico, y que no seremos responsables de nuestras acciones en esta vida, eso “sesgará” sus puntos de vista políticos tanto como las creencias de un cristiano. La pregunta no es si una persona es más “parcial” o no, sino qué visión del mundo es la verdadera.

Si los católicos creen lo que enseña la Iglesia, entonces creen que su cosmovisión moral es verdadera, y sería imposible simplemente dejar esas creencias a un lado, como si no importaran. Eso no significa que la legislación o las decisiones judiciales deban imponer doctrinas católicas específicas (como la grave obligación de ir a Misa los domingos), sin tener en cuenta la libertad personal de los no católicos. El papel de un juez, especialmente, no es crear leyes, sino interpretar las leyes existentes. Por definición, esta tarea establece ciertos límites a la forma en que las convicciones personales de un juez forman parte de su toma de decisiones.

Sin embargo, todo acto de interpretación presupone un marco interpretativo. Los jueces que impusieron Roe v. Wade a la nación de alguna manera interpretaron que la Constitución incluía un “derecho” al aborto. Lo hicieron, solo porque su cosmovisión moral los inclinó hacia una comprensión radical de la “libertad” que da poco énfasis al autocontrol y a la responsabilidad de proteger a los miembros más débiles de la raza humana. Un juez o un político católico, sin embargo, no puede evitar mirar el mismo problema a través de un marco interpretativo diferente, uno que da por sentado la verdad de que toda persona humana está dotada de un valor intrínseco e infinito, y que la libertad se expresa mejor al vivir de acuerdo con las responsabilidades de cada uno. [Nota del editor: Además, en los casos como el aborto o la eutanasia, se trata de defender la vida humana inocente antes estos crímenes. Ello es parte de la ley natural universal, que obliga en conciencia a todas las personas y no solamente a los católicos.]

La persona humana y Roe vs. Wade

En 1986, el cardenal Joseph Ratzinger (más tarde Papa Benedicto XVI) publicó un documento sobre “La participación de los católicos en la vida política”. En él, escribió que la democracia solo tiene éxito “en la medida en que se base en una comprensión correcta de la persona humana”:

La participación católica en la vida política no puede transigir con este principio, porque de lo contrario el testimonio de la fe cristiana en el mundo, así como la unidad y coherencia interior de los fieles, serían inexistentes. Las estructuras democráticas sobre las que se basa el Estado moderno serían bastante frágiles si su base no fuera la centralidad de la persona humana. Es el respeto a la persona lo que hace posible la participación democrática.

La visión atea secular de la persona humana es diferente de la visión católica. La comprensión católica de la persona humana se basa en los primeros capítulos del Génesis, que declara que Dios creó al hombre “a su imagen y semejanza”. La Declaración de Independencia se hace eco de este punto de vista, cuando señala que los seres humanos están “dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables”.

Una visión diferente de la persona humana se encuentra en el corazón mismo de muchas de nuestras divisiones políticas más fundamentales. Como señalamos antes, esto es definitivamente cierto en nuestro desacuerdo sobre el aborto. Como observó Tucker Carlson recientemente, la furia de la respuesta de la izquierda a la muerte de Ruth Bader Ginsburg y la nominación de Barrett se debe a un problema: el aborto. “A la izquierda le preocupa que a Barrett no le guste lo suficiente el aborto”, dijo Carlson. Tienen motivos para estar preocupados. En su discurso en el Rose Gardens, aceptando la decisión del presidente Trump de nominarla para llenar el puesto vacante que quedó en la Corte Suprema a raíz de la muerte de Ruth Bader Ginsburg, Barrett hizo referencia a su pasantía en las oficinas de Scalia y agregó: “Su filosofía judicial también es mía”.

De ser cierto, esta sería la mejor noticia posible para los conservadores provida y a favor de la familia. En su disenso de 1992 dentro del juicio: Planned Parenthood v. Casey, Scalia criticó abiertamente a Roe v. Wade, poniendo al descubierto el fraude judicial que es:

“La vacuidad del ‘juicio razonado’ que produjo Roe queda patente en el hecho de que, luego de más de 19 años de esfuerzos por parte de algunas de las mentes legales más brillantes (y más decididas) del país, luego de más de 10 casos defendiendo el ‘derecho’ al aborto en esta Corte, y luego de decenas y decenas de amicus briefs presentados en este y otros casos, lo mejor que puede hacer la Corte para explicar cómo es que se debe entender la palabra ‘libertad’ para que ésta incluya el derecho a destruir fetos humanos es enumerando rápidamente una colección de adjetivos que simplemente decoran un juicio de valor y ocultan una elección política...”

La razón no encuentra refugio en esta jurisprudencia llena de confusión.

La restauración del alma de EEUU

Los de la izquierda quieren que Barrett acepte recusarse de todos los casos relacionados con el aborto. Argumentan que debería hacerlo porque ella no es “imparcial” debido a su fe.

En realidad, los secularistas ateos que adoran una concepción cancerosa de la “libertad” personal hasta el punto de aplastar la libertad de seres humanos indefensos en el vientre de sus madres, son los que están irremediablemente sesgados. Al contrario de los temores de la senadora Feinstein, la visión católica de la persona humana no es un obstáculo para la “imparcialidad” de un juez. Al contrario, es sumamente beneficiosa. La propia Barrett parece entender esto. En un discurso ante la clase que se graduó de la facultad de derecho de Notre Dame en 2006, expresó su esperanza:

“que siempre tendrán en cuenta que su carrera legal no es más que un medio para un fin, y. ese fin es la construcción del reino de Dios. Conocen la misma ley, están encargados de mantener los mismos estándares éticos y estarán ingresando al mismo tipo de labores legales que sus pares en todo el país. Pero si pueden recordar que su propósito fundamental en la vida no es ser abogados, sino conocer, amar y servir a Dios, realmente serán un tipo diferente de abogados”.

Solo podemos esperar y rezar para que, si es confirmada, Barrett esté a la altura de estas palabras y que demuestre ser una fiel discípula de su héroe judicial, el juez Scalia. Por favor, Señor, Barrett puede resultar ser la última pieza del rompecabezas necesario para derribar el régimen de muerte instituido en nuestro país por Roe v. Wade.

Ese será solo el comienzo de nuestro trabajo para poner fin al aborto en nuestro país. Pero es un primer paso necesario. Y haría de Estados Unidos una vez más una luz para las naciones, un ejemplo de un país que una vez cometió el error de aceptar la gran mentira del aborto, pero que tuvo la humildad de arrepentirse y revertir el rumbo.

Publicado originalmente en inglés el 5 de octubre de 2020 en: https://www.hli.org/2020/10/judge-barretts-catholic-faith-exposes-leftist-bigotry/

VHI agradece a José Antonio Zunino, del Ecuador, la traducción de este artículo.


Notas:

[1]. https://nymag.com/news/features/antonin-scalia-2013-10/.

[2]. https://www.washingtonpost.com/opinions/2020/09/27/micro-thin-silver-lining-amy-coney-barrett-nomination/.

[3]. https://www.washingtonpost.com/opinions/i-wouldve-aborted-a-fetus-with-down-syndrome-women-need-that-right/2018/03/09/3aaac364-23d6-11e8-94da-ebf9d112159c_story.html.