Solidaridad amorosa con las personas enfermas

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Autor: Miguel Manzanera SJ

En el calendario litúrgico de la Iglesia Católica el 11 de febrero está dedicado a Nuestra Señora de Lourdes, recordando las 18 apariciones de la Virgen María a la humilde y pobre adolescente Bernardette Soubirous en el año 1858 en una gruta en las afueras de Lourdes, pueblecito francés en las estribaciones de los montes Pirineos. Con el tiempo la Virgen de Lourdes ha pasado a ser una de las advocaciones más populares en la Iglesia. Unos ocho millones de enfermos llegan cada año, atraídos por el agua milagrosa del manantial que la Virgen hizo brotar a Bernardette. En 1992 el Papa Juan Pablo II, ahora proclamado Santo, instituyó esa fecha del 11 de febrero para celebrar la Jornada Mundial del Enfermo.

Para este año el actual Papa Francisco ha enviado un mensaje titulado “Sabiduría del corazón” y subtitulado “Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies”. Esta cita, tomada del libro de Job (29,15), reproduce la respuesta del personaje bíblico, aquejado de una enfermedad terrible, que busca una respuesta a su penosa situación y se resiste a admitir que se trata de un castigo de Dios, ya que él siempre actuó con rectitud, preocupándose de servir al pobre, al enfermo, al huérfano y a la viuda.

Job confiesa  que, cuando estaba sano, se solidarizaba con los enfermos para ayudarles a superar sus limitaciones: “Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies”. El Papa Francisco propone a Job como un modelo para las personas quienes durante muchos años, de manera sacrificada, cuidan a los enfermos, en ocasiones gravemente discapacitados,

Francisco identifica esa actitud solidaria como la “sabiduría del corazón”, actitud virtuosa infundida por la Sabiduría Divina a quienes cuidan a los enfermos. “Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste!”.

La sabiduría del corazón lleva a estar con el hermano y servirle, sabiendo que ello es una alabanza a Dios ya que nos hace imagen de su Hijo, el cual “no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Por eso el Papa pide a Dios que envíe su Espíritu de Santidad a quienes cuidan enfermos para que comprendan “el valor del acompañamiento, con frecuencia silencioso, que nos lleva a dedicar tiempo a estas hermanas y a estos hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a nuestro afecto, se sienten más amados y consolados”.

Como contraste, Francisco desvela la “gran mentira que se esconde tras ciertas expresiones que insisten en la ’calidad de vida’ para inducir a creer que las vidas gravemente afligidas por enfermedades no serían dignas de ser vividas”. Con ello el Papa descalifica las ideologías  promovidas por entidades interesadas que tratan de legalizar la eutanasia y el suicidio asistido.

Tampoco se debe juzgar y mucho menos condenar al enfermo, como si la enfermedad fuese un castigo por faltas cometidas, tal como reprochaban a Job sus falsos amigos. La sabiduría del corazón impulsa a salir hacia el hermano enfermo para consolarle y atenderle, sabiendo que con ello se está cuidando al mismo Jesús (Mt 25, 40).

Muchas veces el dolor del enfermo parece incomprensible dentro del plan de un Dios bondadoso. Francisco ofrece una valiosa reflexión: “La experiencia de Job encuentra su respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús, acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito, totalmente misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del dolor humano, especialmente del dolor inocente, permanece para siempre impregnada en el cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son escándalo para la fe pero también son verificación de la fe”.

Esa identificación del enfermo con Cristo posibilita que el dolor sea redentor. “Cuando la enfermedad, la soledad y la incapacidad predominan sobre nuestra vida de donación, la experiencia del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y fuente para lograr y reforzar la sabiduría del corazón”.

Termina el Papa esta alocución breve, pero densa, invocando la protección maternal de la Virgen María que supo estar al pie de la cruz junto a Jesús agonizante: “Oh María, Sede de la Sabiduría, intercede, como Madre nuestra por todos los enfermos y los que se ocupan de ellos. Haz que en el servicio al prójimo que sufre y a través de la misma experiencia del dolor, podamos acoger y hacer crecer en nosotros la verdadera sabiduría del corazón”.