Padre Shenan J. Boquet
Presidente
Human Life International
Las seis sugerencias del obispo Olmsted (de Phoenix, Arizona) proporcionan una excelente manera para comenzar a poner a la familia en el primer lugar. Examinaré brevemente cada una de ellas (tres en este artículo y tres en el siguiente):
1) Mantén santo el día del Señor:
A veces sospecho que la mayoría de los cristianos en nuestra cultura económicamente frenética han olvidado por completo que guardar el domingo es uno de los Diez Mandamientos. Incluso parte de esa minoría incondicional que va a la iglesia semanalmente no puede darse cuenta de que la iglesia dominical es lo mínimo necesario para cumplir con este mandamiento. Después de todo, el mandamiento no dice que se debe santificar “una hora” del domingo, ¡sino todo el día!
Lamentablemente, muchos de nosotros hemos olvidado cómo era la vida no hace mucho tiempo, cuando se requería que las empresas cerraran sus puertas los domingos. Hoy en día, las familias, incluidas muchas familias cristianas, tienen más probabilidades de programar sus compras semanales los domingos que dedicar el día a la oración, la lectura, el juego y la recreación, que antes eran la norma!
Al igual que con todas las leyes de Dios, la prohibición contra el trabajo innecesario el domingo y la prescripción de la adoración a Dios, no solo promueven el florecimiento de nuestra vida espiritual, sino que también fomentan nuestro bienestar físico humano, incluido el bienestar de nuestras familias. En días anteriores, las familias solían ir de excursión los domingos juntos (paseos y picnics) o se quedaban en casa leyendo juntas las Escrituras o alguna literatura o cocinando y compartiendo conversaciones durante una cena especial de domingo.
Hoy en día, muchos miembros de la familia tienen suerte si se ven durante una hora el domingo, en medio de prácticas de fútbol o hockey, horarios de trabajo, compras, programas de televisión y juegos deportivos, y tareas domésticas.
El obispo Olmsted dice lo siguiente sobre el domingo: “Cuando el domingo se vive verdaderamente para convertir en cada hogar cristiano el Día del Señor en un día especial para alabarle, recibirlo en la Eucaristía, vivir con alegría en su amor y con los demás como un Santa comunión de amor, estoy convencido de que la Nueva Evangelización de nuestro cansado Occidente cristiano florecerá.
2) Confesión mensual:
Desafortunadamente, muy pocos católicos en la actualidad hacen uso del Sacramento de la Confesión. Sin embargo, la ley de la iglesia exige que nos confesemos al menos una vez al año. Los santos y los grandes pastores, por otro lado, nos exhortan a ir mucho más a menudo que eso. Una vez al mes es un excelente objetivo al cual apuntar.
¿Pero qué tiene esto que ver con la familia? Bueno, la paz de una familia depende de la paz en los corazones de sus miembros. El amor dentro de una comunidad no crece en el vacío: crece en proporción al crecimiento en virtud de cada uno de los miembros individuales de la comunidad. La intimidad e intensidad de la vida familiar significa que la irritación, los desacuerdos y las luchas son inevitables. La confesión nos permite liberarnos de nuestra culpa y resentimiento, y regresar a la familia restaurado y decidido a infundir salud en la vida familiar a través de nuestra propia virtud personal. Además, al confesarse regularmente, los padres ponen un ejemplo de humildad para sus hijos.
"Cuando estamos irritados y luchando en la familia, cuando los ánimos están caldeados y la paciencia es escasa, es hora de una limpieza espiritual", escribe el obispo Olmsted. “Enseña a tus hijos a confesarse habitualmente, una vez al mes, e inculcarás en ellos un hábito que protegerá su alma durante toda su vida. Puedo pensar en otras pocas cosas que puedes hacer por ellos que tendrían un efecto positivo más duradero en sus vidas y traerían paz a tu hogar".
3) Cenar juntos diariamente:
Esta podría ser mi favorita de las seis recomendaciones del obispo Olmsted, no necesariamente porque es la más importante, sino porque es la más básica y sencilla de implementar. Y, sin embargo, por todo eso, también tiene el potencial de transformar por completo a muchas familias en poco tiempo. "Es difícil imaginar un paso más efectivo hacia la comunión familiar fuera de los sacramentos", escribe el obispo Olmsted.
De hecho, los tiempos de cena familiar deben considerarse como lo que realmente son: tiempos sagrados. No es casualidad que el gran sacramento de nuestra fe, la Eucaristía, se instituyera en una cena y tomara la forma de una recreación de esa comida. Reunirse alrededor de una mesa y nutrir nuestros cuerpos en comunidad también resulta ser la forma divinamente respaldada de alimentar nuestras almas.
"La comida regular como familia tiene cierta gracia, una seriedad espiritual y la capacidad de fomentar el descubrimiento mutuo a lo largo del tiempo", dice el Obispo Olmsted, "Las familias necesitan desconectarse del ritmo del mundo, estar presentes el uno al otro y partir el pan juntos".
Agradecemos a Cecilia Rodríguez, Asesora Educativa de VHI, la traducción de este artículo.