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Inicio Publicaciones Columna HLI La Sagrada Familia: El camino para restaurar la sociedad (2-3)

La Sagrada Familia: El camino para restaurar la sociedad (2-3)

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Padre Shenan J. Boquet
Presidente
Human Life International

 

El amor comienza en la familia

 

Nada de lo que Cristo hizo fue por accidente. Jesús escogió pasar las primeras tres décadas de su vida, no en preparaciones llamativas para la grandeza que se esperaban de un líder político-religioso que cambiaría el mundo, sino en medio de un servicio silencioso a sus padres terrenales y a sus vecinos. La única preparación que tuvo y que conocemos fue la de una vida aparentemente ordinaria vivida de manera extraordinaria en medio de su familia y de su entorno social. Y fue en ese ambiente que “Jesús creció en sabiduría y estatura, y gozaba del favor de Dios y de los hombres” (Lucas 2:52). 


La conclusión es evidente: Si la Sagrada Familia glorificaba a Dios de manera incomparablemente elevada y pura, entonces toda familia, en la medida que imite a la Sagrada Familia, también glorificará a Dios de manera similar.

 

Durante el pasado siglo, tuvimos la gracia de tener a dos grandes santos: San Juan Pablo II y Santa Teresa de Calcuta. Ambos llamaron constantemente la atención acerca de la dignidad de la familia y su fundamental importancia para el bien común. La manera que la Madre Teresa favorecía para transformar el mundo no era una ambiciosa reforma política,  social o económica, sino la práctica diaria del amor hasta el sacrificio hacia los más necesitados. Nunca se cansaba de decir que ello comenzaba en la familia: “La manera por medio de la cual ayudas a que el mundo se sane comienza con tu propia familia”. Y añadía: “¿Qué puedes hacer para promover la paz en el mundo? Regresa a tu casa y ama a tu familia”.

 

Si esto parece simplista, lo es simplemente porque desde hace siglo y medio nos hemos infatuado con la búsqueda de vastas soluciones tecnológicas a nuestros problemas. No nos hemos dado cuenta de que nuestros peores problemas no son consecuencia de una mala tecnología, sino de no haber sabido amar. La tecnología actual ha aliviado mucho sufrimiento, eso es verdad, pero la mala tecnología o la falta de ella no fue la responsable del Holocausto, del Gulag o de los campos de matanza en Cambodia. Quizás usted se acuerde de la escueta afirmación del médico idealista de la novela Los hermanos Karamazov: “Mientras más amo a la humanidad”, se lamentaba, “menos amo al hombre en particular”. A este tipo de personas, la Madre Teresa le diría: “Es fácil amar a las personas que están lejos. No siempre es fácil amar a los que tenemos cerca. Lleva tu amor a tu hogar, porque es ahí donde nuestro amor de los unos por los otros debe comenzar”.

 

La familia es o debe ser la escuela del amor. Si los padres se aman mutuamente y crean una cultura de amor que sea acogida por los hijos, entonces este amor interior se difundirá por todas partes. Como dijo Santo Tomás de Aquino: “El amor es difusivo de sí”. Se riega por todos lados. El amor comienza en la familia, pero no se detiene ahí. La Madre Teresa dijo una vez: “El problema con el mundo de hoy es que trazamos un círculo familiar muy pequeño”. La familia nuclear es donde aprendemos a ser familia, lo cual quiere decir que es donde aprendemos a amar gratuita e incondicionalmente. Con este conocimiento, entonces somos libres para trazar un círculo familiar cada vez más grande. Los hijos que han aprendido a amar en la familia, cuando dejan el hogar y van a sus escuelas, universidades, oficinas, clubes e iglesias, están equipados con el amor y por ello saben cómo tratar a los demás como si esas otras personas también fuesen parte de su familia – y de hecho, lo son.

 

“La familia es la primera y fundamental escuela de socialización; como comunidad de amor, encuentra en el don de sí misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad” (San Juan Pablo II, Familiaris consortio, no. 37).

 

Luego, de manera más resumida, el Santo Papa dijo: “La promoción de una auténtica y madura comunión de personas en la familia se convierte en la primera e insustituible escuela de vida social, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias en un clima de respeto, justicia, diálogo y amor” (no. 43).

 

Continuará.

 

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