Autor: Miguel Manzanera SJ
Con este título el Papa Francisco publica el tradicional Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero de 2016. Recoge anteriores escritos sobre el tema, especialmente la Exhortación Apostólica “Alegría del Evangelio” y la Encíclica “Laudato si. Sobre el cuidado de la casa común”, enmarcándolos dentro del Año del Jubileo de la Misericordia. Las graves amenazas para construir un mundo donde reine la justicia y la paz, sumadas al deterioro del ecosistema planetario, son el trasfondo del Mensaje, distribuido en 8 puntos, que resumimos y comentamos.
1. “Dios no es indiferente”. La imagen de un Dios que ha creado todas las cosas, pero que no se preocupa de la humanidad, es totalmente contraria a la revelación de la Biblia, muy especialmente del Nuevo Testamento. Jesús revela a Dios como Padre amoroso, también Madre, que se preocupa del bienestar de la humanidad, hasta enviar a su propio Hijo para la redención de género humano, condenado por sus propios pecados inducidos por la astucia diabólica.
2. “Custodiar las razones de la esperanza”. A pesar de los conflictos bélicos y los múltiples actos terroristas que han proliferado el pasado año, que hacen pensar en los inicios de una tercera guerra mundial, ha habido también signos de esperanza. El Papa menciona el encuentro de los líderes mundiales en el ámbito de la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático 21 en París, con la finalidad de buscar nuevas vías para afrontar ese problema y proteger el bienestar de la Tierra.
Francisco recuerda en el 50 aniversario del Concilio Vaticano II que la Iglesia Católica expresó allí su solidaridad con el mundo en dos documentos importantes: la Declaración “Nostra aetate”, que abre el diálogo con las expresiones religiosas no cristianas, y la Constitución pastoral “Gaudium et spes”, donde la Iglesia asume ''los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”. El actual Año del Jubileo de la Misericordia invita a los católicos, como hijos de Dios, a poner en práctica su vocación fundamental a la fraternidad y a formar la familia humana.
3. Francisco enumera algunas formas de la indiferencia frente a los pobres y oprimidos, como actitud colectiva que supera el ámbito individual y se globaliza. La raíz de la “globalización de la indiferencia” está en la indiferencia hacia Dios, de la cual brota la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Es la consecuencia de un falso humanismo, del materialismo práctico, del relativismo y del nihilismo.
La indiferencia se manifiesta de muchas maneras, incluso culpabilizando a los pobres y a los países atrasados de sus propios males. “Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países, en sus gobiernos, empresarios e instituciones, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”. “La indiferencia provoca sobre todo cerrazón y distanciamiento, y termina de este modo contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación”.
4. La indiferencia globalizada amenaza la paz. Francisco cita a su antecesor Benedicto XVI: “Existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra''. ''Sin apertura a la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultándole difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la paz''. La indiferencia provoca cerrazón y distanciamiento, y de este modo contribuye a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación.
5. Por eso la humanidad enfrenta el gran desafío de pasar de la indiferencia a la misericordia. Para ello es necesaria la conversión del corazón siguiendo el ejemplo de Jesús. Él se ha hecho hombre, se ha encarnado y se ha mostrado solidario con la humanidad en todo, menos en el pecado. Se identificó con ''el primogénito entre muchos hermanos” Él no se limitó a enseñar a la muchedumbre, sino que se preocupaba de ella cuando la veía hambrienta y enferma.
“La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo del rostro de Dios en sus creaturas— esté en juego”. Jesús nos advierte que el amor a los demás que sufren es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones.
6. Debemos promover la cultura de la solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia que afecta a gran parte de la humanidad. La solidaridad no es simplemente un sentimentalismo, sino que ''es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos''.
7. La paz no es la ausencia de guerra como imposición de un gobierno autoritario o tirano, sino que es fruto de una cultura de solidaridad, misericordia y compasión, que se aprende en el hogar familiar y en la educación. “La solidaridad como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas. Por eso las familias son las primeras llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible”.
El Papa insiste en el espíritu del Jubileo de la Misericordia: Cada uno de nosotros tenemos que combatir la indiferencia en la propia vida. Igualmente los Estados deben dar gestos concretos con las personas más frágiles, encarcelados, emigrantes, desempleados, enfermos sin olvidar a las mujeres y a los niños por nacer y a los Estados más endeudados.
Finalmente Francisco acude a la Virgen María para que interceda ante su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, para que acoja nuestras súplicas y bendiga nuestro compromiso cotidiano en favor de un mundo más fraterno y solidario.