Mons. Ignacio Barreiro Carámbula
En este breve artículo tratare de dar sugerencias de cómo asistir al enfermo tanto al que está sufriendo de una enfermedad incurable, progresiva e irreversible, o simplemente prepararlo a aceptar una enfermedad de larga duración o una condición crónica, o la pérdida de un brazo o una pierna a consecuencia de un accidente o aun una enfermedad de cierta entidad de la cual razonablemente se pueda esperar una curación. Tenemos que asistir al enfermo en una forma integral ayudándolo a recuperar su salud física utilizando todos los medios técnicos a nuestra disposición o a aliviar su situación. Pero más importante que eso tenemos que ayudarlo espiritualmente. “La Iglesia, al acercarse a los hombres que sufren y al misterio del dolor, se guía por una precisa concepción de la persona humana y de su destino según los designios de Dios. Considera la medicina y los cuidados terapéuticos no sólo como algo que se refiere únicamente al bien y a la salud del cuerpo, sino que afecta a la persona como tal, a la que el mal ataca en el cuerpo. Efectivamente, la enfermedad y el dolor no son experiencias que afectan exclusivamente a la condición corporal del hombre, sino a todo el hombre en su integridad y unidad de cuerpo y alma.” (Juan Pablo II, Motu proprio Dolentium Hominum, n. 2.)
Antes de entrar en el cuidado pastoral del enfermo es importante subrayar que el enfermo tiene el derecho a recibir todos los tratamientos ordinarios y proporcionados de la medicina contemporánea. En el caso que no esté en condiciones de alimentarse o de recibir hidratación de manera normal tiene el derecho de recibir alimentación e hidratación artificial. La Iglesia siguiendo las huellas de Cristo siempre se ha destacado en toda su historia por la asistencia a los enfermos. Ha fundado hospitales, casas de ancianos y orfanatos y ha buscado remedios contra la enfermedad y el alivio del dolor de los pacientes.
Sin duda el primer paso es ayudar al paciente a aceptar esta enfermedad que está sufriendo como la voluntad particular de Dios para él. Esta aceptación por cierto que no es fácil pues la enfermad es siempre una cruz pesada y afecta en forma negativa sus planes o el desempeño de los deberes que el Señor le había dado con respecto de su familia y la Iglesia. La enfermedad causa dolores físicos pero también y quizás mayores dolores morales difíciles de calibrar, pues el enfermo se encuentra incapacitado de hacer todo el bien que debería o quisiera hacer si estuviese en buenas condiciones de salud. Frente al desafío del dolor tenemos que tener presente las palabras de San Juan Pablo II, “si la existencia del mundo abre casi la mirada del alma humana a la existencia de Dios, a su sabiduría, poder y magnificencia, el mal y el sufrimiento parecen ofuscar esta imagen, a veces de modo radical, tanto más en el drama diario de tantos sufrimientos sin culpa y de tantas culpas sin una adecuada pena. Por ello, esta circunstancia —tal vez más aún que cualquier otra— indica cuán importante es la pregunta sobre el sentido del sufrimiento y con qué agudeza es preciso tratar tanto la pregunta misma como las posibles respuestas a dar.” (San Juan Pablo II, Carta Apostólica Salvici Doloris,[SD] 1-2-1984, n. 9) La primera respuesta a este interrogante se encuentra en el sufrimiento redentor de Cristo. (SD 14) Como dice San Pablo, “Porque así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación.”(2 Cr. 1, 5.) Tenemos que suscitar la fe del paciente que Cristo lo consolara en sus padecimientos. El Santo Padre nos muestra cómo, “A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo.”(SD 26). Obviamente este tema debe ser elaborado con más profundidad per esto me llevaría a desbordar los límites de este artículo. Esta breve incursión en Salvici Doloris me hace recomendar su lectura a todos los sacerdotes y en particular a los que se ocupan de enfermos. (Es un documento que se puede obtener fácilmente el Web del Vaticano. http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1984/documents/hf_jp-ii_apl_11021984_salvifici-doloris.html#_ednref59 )
Tenemos que hacer sentir al enfermo la importancia de las palabras de San Pablo, “Suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia.” (Col 1, 24.) Trataremos de hacerle comprender al enfermo, lo que ciertamente no será facil, el valor salvífico del sufrimiento. Esto es muy importante porque seguramente el paciente se preguntara y le preguntara sobre todo al sacerdote el porqué de su sufrimiento. Probablemente el paciente se preguntara porque el Señor lo ha escogido a él para sufrir una determinada enfermedad o un terrible accidente. Es importante recordar que “cada uno entra en el sufrimiento con una protesta típicamente humana y con la pregunta del « por qué ». Se pregunta sobre el sentido del sufrimiento y busca una respuesta a esta pregunta a nivel humano. Ciertamente pone muchas veces esta pregunta también a Dios, al igual que a Cristo. Además, no puede dejar de notar que Aquel, a quien pone su pregunta, sufre Él mismo, y por consiguiente quiere responderle desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento.”(SD 26) En primer lugar trataremos de explicar como si bien por un lado los sufrimientos de Cristo son más que suficientes para obtener nuestra redención. Él ha querido que nosotros unamos nuestros sufrimientos a los suyos para ayudar en esta forma a la salvación de nuestros hermanos. Uniendo nuestros sufrimientos a los sufrimientos de Cristo nos transformamos en corredentores. Tendremos que explicar también que por intermedio del Cuerpo místico de Cristo en el cual todos somos miembros, existe una verdadera circulación de gracias entre todos sus miembros y nuestros sufrimientos pueden ayudar a tantos hermanos que están necesitando la ayuda de la gracia. Sé por experiencia que no es fácil aceptar los ejemplos de los santos, pero es apropiado mencionar el ejemplo de Santa Teresa del Niño Jesús que la Iglesia la declaro patrona de las Misiones por haber ofrecido sus oraciones y sus padecimientos por el empeño misionero de la Iglesia. Deberemos hacer todo lo posible para que el enfermo pueda comprender que su oración y el ofrecimiento de sus sufrimientos tantos físicos como morales en particular el sentido de impotencia que causa la enfermedad podrán mover más almas a la conversión que muchos esfuerzos externos y visibles de apostolado.
Muchos laicos animados con un gran espíritu de generosidad y amor buscan asistir y ayudar a los enfermos visitándolos y acompañándolos. Les dan esa compañía que es de gran valor pues una de las cruces de la enfermedad es la soledad. Pero tenemos que tener muy presente que el rol del sacerdote es insustituible. El sacerdote en primer lugar es portador de los sacramentos, en segundo lugar tiene conocimientos y experiencia que le permiten guiar al enfermo en una forma muy particular. También hay que tener presente que en muchos casos y aun afuera del sacramento de la penitencia el paciente buscara consejos y explicaciones que solo el sacerdote le podrá dar.
El cristiano sabe que tiene un Padre Misericordioso que los espera con amor, pero también sabe que muchas veces no ha respondido bien a su amor. Nuestro Señor es también un juez justo que nos juzga y que nos juzgara al final de nuestras vidas. Por eso una acción fundamental del sacerdote es buscar que el enfermo mediante la recepción del Sacramento de la Penitencia restablezca su paz con el Señor. Como nos enseña el Catecismo “La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia.” (C.C.C. 1431)
Es importante recordar que “La Unción de los enfermos "no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez.”(C.C.C. 1514) Este sacramento puede ser recibido nuevamente por el enfermo cada vez que se agrave su enfermedad o cuando se encuentre en situaciones de riesgo como es el caso de una operación quirúrgica. Este sacramento tiene como efectos: “la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia; — el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez; — el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la penitencia; — el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual; — la preparación para el paso a la vida eterna.”(C.C.C. 1532) El enfermo que esté debidamente preparado debe ser fortalecido con la recepción frecuente de la Santa Eucaristía donde encontrará la presencia real de Cristo.
Como conclusión es útil tener presente que el sacerdote encontrará en la oración y en el estudio meditado de los documentos de la Iglesia las gracias necesarias para compartir su fe con los enfermos y acercarlos al Señor. En la oración y en el estudio encontrará las gracias para responder a las preguntas difíciles y para saber darles a los enfermos la certeza del amor misericordioso de Jesucristo en medio de las pruebas que están sufriendo.