Redessvida.org

  • Aumentar fuente
  • Fuente predeterminada
  • Disminuir fuente
Inicio Noticias Descendió a los infiernos y resucitó de entre los muertos

Descendió a los infiernos y resucitó de entre los muertos

Imprimir PDF

Autor: Miguel Manzanera, SJ

El Sábado Santo se conmemora el descenso de Jesús al Reino de los muertos Muchos cristianos que recitan el Credo, no sabrían explicar con exactitud a qué se refieren esas palabras de “descendió a los infiernos y resucitó de entre los muertos”. A primera vista da la impresión de que Jesús fue condenado al infierno como castigo por sus pecados.

Hay que explicar que los infiernos a los que descendió Jesús no son el infierno como lugar de condenación eterna. En la cosmovisión judía, también vigente en otras culturas, las personas difuntas que morían, aunque sus cuerpos quedaban enterrados o sepultados, sus ánimas o sombras iban al lugar de los muertos, en griego el “hades”, en hebreo el “sheol”.

Allí el Ángel Satán o Tentador los mantenía “encarcelados” bajo pretexto de que tenían que esperar a ser juzgados. Llevaban una vida apagada, ensombrecida. Por esa razón los judíos creyentes esperaban al Mesías Salvador que les libraría también de esa esclavitud post mortem, tal como expresaban en sus oraciones (Salmos 30 y 49). Pero también otros tenían temor e incluso terror a la muerte y para evitarlo llegaban a hacer pactos diabólicos con el Tentador  (Hb 2, 15).

El sacerdote Zacarías, al nacer su hijo, Juan el Bautista, quedó liberado de la mudez y entonó el himno del Benedictus en el que proclama la misericordia del Señor al enviar al Mesías: “Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto para liberar a los que yacen en tinieblas y en sombras de muerte, para iluminar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1, 67-79).

Con ello Zacarías profetizó la llegada del Salvador que liberará también a las personas fallecidas en los tiempos anteriores. Jesús, ya durante su vida mortal, confirió a Simón el cargo de ser la roca o sea la piedra fundamental sobre la que edificaría  su Iglesia. Le anunció que las puertas del sheol no prevalecerían contra ella (Mt 16, 18). Esta profecía se cumplió cuando Jesús murió en la cruz cargando con los pecados de la humanidad.

Mientras que su cadáver inánime quedó en el sepulcro, su Espíritu descendió al sheol a anunciar a los difuntos la buena noticia de la redención. Muchos aceptaron la fe (1 Pe 3, 19-22) y fueron liberados para acceder a un juicio justo y misericordioso y ser admitidos a la presencia de Dios.

Al mismo tiempo la maldad del Diablo quedó al descubierto. Por eso Dios le destituyó de su poder y constituyó a Jesucristo como Redentor y Liberador de vivos y  muertos: “Soy Yo, el Primero y el Último, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos y tengo las llaves de la muerte y del sheol (Ap 1, 18-19).

Por eso la Iglesia es la comunidad no sólo de los creyentes vivos, sino también de los que han muerto en el Señor. Esta victoria de Jesucristo es tan importante que el Credo, síntesis de la fe, la recoge: “Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó de entre los muertos”.

La vida del cristiano recobra la esperanza incluso más allá de la muerte, gracias a la sangre redentora de Cristo Jesús, quien se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado. Con ese gesto supremo no sólo liberó a los difuntos de la cárcel del sheol para que puedan ser juzgados misericordiosamente, sino que inauguró la nueva vida con su resurrección. “Por eso Dios lo ensalzó sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 8-11).